Se coló en el debate casi de rondón, la historia. No nos referimos a los acontecimientos más recientes, como las dificultades por las que pasa la Unión Europea desde hace algunos años, ni la terrorífica herencia que a Rajoy, en su condición de presidente del gobierno, le dejó Rodríguez Zapatero, ni siquiera a la más añeja memoria histórica rediviva. No referimos a acontecimientos de nuestro pasado que hay que buscar muchos más años atrás. Rajoy sacó a relucir la Constitución de 1812, la que los gaditanos denominaron como “Pepa”, en la que se hacía alusión a los españoles de ambos hemisferios. También decía aquella constitución, aunque nadie aludió a ello, que la religión católica era la del Estado por ser la única verdadera. Pablo Iglesias negó el constitucionalismo de Rajoy, señalando que era más de Carta Otorgada, supongo que se refería -no lo dijo- al Estatuto Regio que en 1834 la regente María Cristina de Nápoles, con la impagable ayuda de Martínez de la Rosa, trató de endilgar a los liberales. El podemita también sacó a colación al malagueño Cánovas del Castillo, figura señera de la política española de la segunda mitad del siglo XIX. Fue artífice de la restauración borbónica e impulsor de la Constitución de 1876, la de más larga vida en nuestra historia hasta el momento presente. Lo hizo para atizarle a Rajoy, como político del pasado. Cánovas, según la interpretación de Iglesias, sería al siglo XX lo que Rajoy al XXI, unas antiguallas. Aitor Esteban, el portavoz del PNV, se despachó a gusto -está en campaña electoral- diciendo que ellos no habían aprobado la Constitución de 1978 -cierto-, pero añadió que los vascos no habían aprobado ninguna otra constitución española. Habría que decirle al señor Esteban que no las votaron ni los vascos, ni los andaluces, ni extremeños, ni gallegos, ni riojanos… Ninguna de las constituciones anteriores a la que está en vigor fueron sometidas a votación fuera del Congreso de los Diputados, donde por cierto en el siglo XIX tampoco votaba ningún representante del Partido Nacionalista Vasco porque los planteamientos -algunos las llaman ocurrencias- de Sabino Arana no tomaron cuerpo de partido político hasta 1895. También se refirió Rajoy al pacto de los Toros de Guisando lo que encolerizó a Pedro Sánchez que no necesitaba tan histórica alusión para encolerizarse. Lo hace con mucho menos que con los Toros de Guisando. Pero quien se llevó la palma fue Joan Tardá, el de Esquerra Republicana, con una interpretación singular de algunos acontecimientos históricos y su recomendación a Rajoy de que se leyera el testamento de Isabel de la Católica. También podía haberle recomendado la lectura de las Instrucciones de Palamós, así llamadas por haber sido escritas en dicha localidad catalana por el emperador Carlos V. En ellas instruía al futuro Felipe II en la gobernación de la monarquía. Pero ese pasaje no entra dentro del “corpus histórico” de los independentistas catalanes.
La fallida investidura de Rajoy fue un debate con mucha carga de historia alejada de nuestro tiempo. Lo lamentable es que los padres de la patria la utilizaran para darse mamporros con interpretaciones partidistas. Ni siquiera la alusión cervantina al bálsamo de Fierabrás fue motivo de concordia cuando se conmemora el IV centenario de la muerte de don Miguel de Cervantes en este 2016 que tal vez pase a la historia como el año de la discordia.
(Publicada en ABC Córdoba el 7 de septiembre de 2016 en esta dirección)